que cerré con llave y traté de olvidar. Al fin y al cabo estoy en esta vieja casa; puestos a recordar mi historia, mejor hacerlo del todo, ¿no? Daré una vuelta por la casa mientras me atrevo a hacer memoria... Este viejo salón me está poniendo los pelos de punta. Finales de agosto de finales de los ochenta. Estábamos volviendo de nuestras últimas vacaciones en esta casa. Recuerdo ir dormida todo el viaje, teniendo como banda sonora un cassette con las canciones famosas del año. Y cuando desperté, vi que estábamos en el parking de un restaurante, haciendo la parada de la comida. Después, sentados allí mis padres, mis abuelos y yo, mi madre, de pronto, dijo la frase que, sin saberlo, nos cambiaría a todos la vida para siempre: "Papá, mamá... Tenemos una sorpresa por vuestro cuarenta aniversario de casados" y mirando hacia mis abuelos sacó dos billetes de avión con destino a la ciudad que, desde pequeña, siempre había querido visitar mi abuela. Sonriendo, leyó en voz alta: Roma. Tres días después estábamos todos en el aeropuerto más cercano, a hora y media en coche, despidiendo a mis abuelos, realmente ilusionados por ir allí y devorar la ciudad que ellos denominaban la auténtica ciudad del amor. La abuela era la que mostraba estar más emocionada, ella siempre ha sido más expresiva, pero jamás olvidaré el brillo que tenía mi abuelo en los ojos... Nunca le había visto así. Le temblaban las piernas, sonreía y hacía chinchar a la abuela diciéndole que ellos ya eran muy viejos para hacer turismo. Y embarcaron, y se fueron volando. Y mi imaginación, con ellos. Mis padres y yo pasamos todo el viaje de vuelta del aeropuerto imaginando cómo pasarían esa semana los dos solos en Roma, la de cosas que visitarían, la de helados que comerían... Soñaba, como la niña que era, en que yo también haría el mismo viaje, con el abuelo de mis nietos de la mano... Y sonreía por lo que me esperaba la vida.